Casi todos los meses o cada pocas semanas somos informados acerca de un “nuevo caso de violencia de género”. He oído comentar que van dieciséis casos en lo que llevamos de año… cinco de estos en los últimos tres días. No podemos quedarnos impertérritos cuando oímos estas noticias. No porque nos afecte o no de forma personal sino porque es el eco de una actitud machista que deja a la mujer muy por debajo de su propia naturaleza.
La mujer, la hembra de la especie pensante bajo cuya protección hallamos a los pequeños de la casa, se ve de manera particular víctima de la soberbia, el orgullo, y la sin razón de su pareja que o bien pierde el control de su propia persona o bien sufre un trastorno pasajero… el caso es que utiliza la fuerza y no atiende a razones.
El hombre, es indudable, tiene mayor fuerza física que la mujer, lo cual debe servir comúnmente para la realización de trabajos de carácter manual o aquellos en los que la fuerza o la potencia es necesaria. Lo que es inexplicable es el hecho de que toda la fortaleza física del hombre la canalice directamente como modo de esclavizar o denigrar a la mujer.
Darle una bofetada o tratarla con desdén y superioridad es el inicio de un infierno que puede llegar tan lejos como el homicidio. El peor mal para la mujer es tener que sufrirlo sin sentir alivio, en silencio, sin saber qué hacer y temerosa por lo que les puede pasar a sus hijos y a ella misma. Aquella primera torta o golpetazo que sufrió, aquel dolor, aquel miedo y su fragilidad le llevan a acallar y tratar de perdonar el martirio. Piensa que lo suyo es algo que pasará, un hecho aislado que no tiene mayor trascendencia, no se da cuenta de que aquello es real… es ella la víctima de acoso por razón de sexo.
La publicidad en nuestra sociedad civilizada, hace un llamamiento a romper ese silencio, trata de ayudar a las mujeres a no quedar impávidas. La sociedad ha creado toda una estructura a base de ayudas, no sólo ayudas económicas y facilidades para encontrar trabajo, sino también les ofrecen pisos para ir con sus hijos, para huir de la mano ejecutora de aquel ser del sexo masculino que ha pasado de ser protector y amante a ser verdugo y maltratador.
El amor terminó pero además el trato de superioridad que muestra el varón frente a su víctima “del otro sexo” poco a poco se ha transformado y pasa de ser un amigo, amante y amado a presentarse como un ser violento, como un energúmeno capaz de violentar a la persona con la que comparte parte de la vida. El hecho de que se acabe el amor puede ser indicio de algo que no va bien. Si la mujer ha buscado en otro hombro, aquello de lo que parece carecer y él no consigue comprender y perdonar u olvidar y ambos tienden a tratarse sin respeto, ambos tienen un problema pero es él el que lleva la violencia (por norma general), y como todos sabemos: “la violencia genera más violencia”… luego entran en una dinámica en la que el dolor físico, el abuso al que ella se ve sometida, e incluso el llegar a quitarle la vida nos hacen ver que las cosas se les van de las manos.
Es triste tener que sufrir esta situación pero hoy es quizás menos difícil que en otras épocas o generaciones anteriores. Algunas veces he oído decir que la violencia de género no es algo nuevo pero sí es nuevo que se conozca como suceso que acosa nuestra sociedad pacífica. Parece ser que antes la sociedad no se hacía eco de estas situaciones y sí existían pero “no lo sabíamos”, hoy la existencia de una política de igualdad ha llevado a la Administración Pública a crear un conjunto de herramientas para erradicar esa lacra social que nos atormenta e incluso hay un número directo (el 016) que pretende evitar una actitud tiránica y dictatorial por parte de los hombres frente a su modo de trato para con sus semejantes del otro sexo.
Llegar a la situación de violencia es tan primitivo y poco racional que los hombres se ven en algunos casos verdaderos animales irracionales. Sólo entrar a poner paz a través de medidas preventivas como la sentencia judicial que declara la orden de alejamiento, o la utilización de las pulseras que alarman a los servicios de seguridad del Estado, muestran el ingenio del hombre que presenta pequeñas soluciones para un problema grande que hoy nos preocupa.
Los seres de este nuestro siglo XXI que piensan con la cabeza buscan soluciones para estos conflictos. Nuestra sociedad postmoderna y cosmopolita tiende a buscar fórmulas para ayudarnos a todos en nuestra convivencia personal. La mujer no es inferior, el hombre no es todo poder y la violencia no ha de tener cabida en una relación “de tu a tu” dónde uno es la cabeza pensante y el otro el brazo ejecutor. Hoy, esto también es verdad: ambos son compatibles y complementarios, pero en casos en que no fluya la buena relación hay formas civilizadas de modificar las circunstancias antes de llegar a la fuerza y la violencia que acaba con todo de forma radical.
Mª Teresa Mendoza Hernández.
Licenciada en Ciencias de la Información sección Periodismo