EL DIECISIETE DE JULIO FALLECIÓ MI PADRE

El diecisiete de julio falleció mi padre, desde entonces tenemos el reto de superar el duelo por la pérdida de un ser querido tan importante en nuestra vida.

Vimos a mi padre en su agonía. De repente abrió los ojos de forma exagerada como nunca le había visto sus oscuros y rasgados ojos, y luego giró la mirada hacia la  derecha expiando mientras mi hermano que acababa de llegar (médico de profesión), le tomó el pulso y comprobó que acababa de fallecer.

Murió en casa entre sus más allegados mi madre, mis hermanos y una servidora.

Este hecho señalado no caerá en el olvido y la personalidad de mi padre quedará perenne en nuestra memoria.

Como vivíamos juntos son muchos los momentos en  que está presente y sus cosas y sus detalles nos evocan de continuo su presencia, ahora su ausencia.

Hablemos sobre el duelo, la pérdida de un progenitor se convierte en un dolor profundo que solo interesa al sufridor que queda en vida. Su tristeza contagia a todos los que comparten la desgracia inevitable de un óbito que aunque no inesperado, sí necesario por ser ley de vida.

Mi padre llevaba mucho tiempo enfermo, sufría por un mal, una demencia vascular que le afectaba al riego sanguíneo. Iba perdiendo paulatinamente la lógica del habla, la coordinación para caminar, hasta incluso dejó de comer. Estando así, vino el médico a casa y nos dijo que estaba muy malito. Nos dejó las medicinas de los paliativos. Algo que no hizo falta. Mi padre no sufrió dolor, nunca se quejó y murió en casa como digo, rodeado de los suyos.

Al entierro acudían familiares, vecinos y amigos. Fue una bonita despedida, hicimos, mi sobrina la Oración de los fieles y yo la Lectura de las Epístolas. Mi hermano mayor dijo unas palabras mientras la emoción le embargaba. A pesar de tener la capacidad de dar conferencias y a hablar en público con facilidad, en aquel momento, se vino abajo, y se mostró débil, quebrada la voz por el llanto se mostró humano sensible.

Son ya casi cuatro meses que se lo llevó el Señor, y aún está en nuestro recuerdo, supongo que a un padre no lo olvidas nunca. Su presencia o su ausencia… no importa está entre nosotros. El consuelo que nos queda es el de pensar que hicimos por él todo lo que pudimos. No le faltó nada en vida, incluso compramos el colchón anti-escaries, la cama articulada y la silla de ruedas. Había dejado de ir al centro de día dónde estuvo durante dos años pues allí le estimulaban y aquellas actividades le venían bien, pero como digo dejó de ir y en casa le cuidábamos mamá y yo. Últimamente no podía ser de otra manera que permanecer en casa y pasear con la silla de ruedas. Yo entonces pensaba y pedía a Dios, nos permitiese cuidar de él por mucho tiempo, pero ni amortizamos la silla de ruedas… falleció a los tres días.

Hoy día de Todos los Santos hemos ido a llevar  unos claveles y hemos rezado junto a mi padre ya bajo tierra.

Es importante el respeto que le profesamos y el cariño que le teníamos, sus amigos en el velatorio nos comentaban pequeños detalles de lo majo y simpático que era.

Fue un buen hombre. Qué lo tenga Dios en su Gloria. Durante los últimos años de vida aproveché a escuchar las historias que relataba mi padre. Todo lo que me enseñó en los largos paseos que dábamos por la ciudad, irán conmigo también hasta que me muera, hoy dejo pendiente escribir sobre las historietas y gracias de mi padre un hombre genuinamente trabajador y gran luchador que sacó adelante una familia de tres hijos.

Trabajó como delineante en un  estudio de arquitectura privado con Don Antonio García Lozano, pues allí ganaba más que en el Ayuntamiento donde conoció al Arquitecto. También fue profesor en el Colegio del Amor de Dios. Pero si hablamos de su vida laboral empezó de niño, vendiendo pájaros y caramelos: ¡El pirulí de la Habana, el que no lo come se queda con la gana!

Durante la guerra civil pasó hambre y su padre murió tras permanecer en la cárcel donde estuvo en lugar de su hermano que era comunista. Él no era adepto a ningún partido político, pero como ambos compartían la carpintería fueron a buscar a uno y se llevaron al otro, quien con el tiempo falleció dejando a mi padre con ocho años, huérfano de padre.

En sus últimos días de vida me comentaba lo importante que son los padres y que él echaba especialmente de menos a los suyos. Se arrepentía de no haber vivido más con y por ellos.

Si algo me reconforta eso es el pensar que he hecho todo lo que he podido por él durante su enfermedad. Mi padre siempre estará en un pequeño pedestal como un ejemplo a tomar, luchador, trabajador, honrado, buena persona a quién le gustaba el fútbol, pasear y compartir sus historias y juegos con sus amigotes de partida.

Poco a poco lo fue perdiendo todo, ya últimamente no iba a jugar al Mesón, ni podía pasear por la ciudad. Los cuidados de mi madre se convertían en hábitos diarios, el ya no se vestía, ni comía solo. Yo arrimaba el hombro lo que podía… ¡mi pobre padre!… ¡estará en el cielo! A él  me encomiendo, él que me dio la existencia. Espero alcanzar la misma gloria a la que él ya ha accedido, por los siglos de los siglos… Amén.

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