Encontrar coherencia en nuestro comportamiento es una de las cosas mejor valoradas por la opinión pública, y una actitud de vida a la que todo ser humano aspira como valor personal.
Lo mejor que puede hacer cualquier persona es tratar de entender y controlar nuestra forma de actuar.
En la doctrina cristiana, una de sus enseñanzas, que debería tenerse en la cabecera de la cama dónde colocamos lo más importante de nuestra existencia: viene a ser la humildad.
Analizando este vocablo y consultando sus acepciones en el diccionario, nos atrevemos a encontrar un significado y aclarar la definición que nos lleva al entendimiento del concepto de humildad como: “virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento.”
No podemos dejar de lado esta palabra, ni olvidar la idea que en el ámbito social discierne: entre vivir con humildad para conseguir un reconocimiento en el ámbito social, o ser un personaje arrogante, orgulloso y que se vanagloria con falsos comportamientos que escapan a la realidad deseada.
La humildad implica una actitud de servicio y entrega. Son los humildes y no hablo de los que han nacido de manera poco noble o notable; dicho de otra forma; no hablo sólo de la humildad cómo bajeza de nacimiento que es otra de sus acepciones sino que hablo de comportarse de manera coherente y discreta.
¿Quién no ha oído alguna vez en su vida eso de que: “los últimos serán los primeros”?
Viene a colación en una de las parábolas de Jesucristo, dónde nos da a entender, lo importante que es conocerse y llegar a dónde podemos. En pocas palabras la parábola habla de la diferencia entre: aquel hombre que se sienta en primer lugar, y recibe una amonestación bajo la mirada de todo el mundo, se ve obligado a abandonar el puesto y recibe una humillación… y aquella otra persona, humilde que desconoce el lugar que ha de ocupar y por no llamar la atención opta por colocarse al final, pero es requerida por el anfitrión para abandonar dicha colocación y pasar a ocupar el primer lugar.
No es cuestión de ser más o menos importante, lo bueno aquí es conocernos a nosotros mismos y saber dónde ponernos. Entender nuestras limitaciones y debilidades para acertar sabiendo “estar” en cada circunstancia.
Con humildad no pecas nunca de arrogancia sino que te muestras como un ser llano y sencillo.
La persona húmil, es siempre querido, pues posee y eleva hasta el culmen de la relación social la idea de alguien a quien no importa ser servidor y sumiso para realizar labores honrosas y honradas.
El día a día en el trabajo te da siempre la oportunidad de presentarte ante los demás como un ser con capacidad para ser útil y desenvolverse lleno de sencillez y coherencia, mostrándote al mundo como una persona entregada a los demás.
Hay profesiones que parecen más fáciles de desempeñar si somos humildes. Pero no nos engañemos cualquiera habría de analizar sus debilidades y limitaciones para obrar en consecuencia. No nos vale el orgullo ni la falsa modestia. Aceptar las reglas del juego y ser humilde nos gusta a todos los ciudadanos de a pie.
Para la casta política habría que decir que es necesaria una vocación de entrega a los demás a parte de una concreta actitud de servicio al ciudadano, por ser un personaje importante, el trato con los gobernados no ha de pasar por ser una actitud prepotente o tildada de “abuso de poder”, escuchar al pueblo y ser llano, sencillo y húmil es la mejor carta de presentación de quien sea.
No sólo los políticos, que son los del ágora pública y los que batallan por el ciudadano en el ámbito escénico del poder político, entienden sobre democracia,(poder del pueblo)…pero la lección puede ser supina… me refiero a que si en esta hermosísima democracia en la que vivimos, existiera un atisbo, por minúsculo que fuera de seriedad y responsabilidad, el político estaría más pendiente de la opinión pública, de los ciudadanos y sus manifestaciones, sus quejas y sugerencias, y opiniones y no estaría preocupado de continuo por dar una imagen de sí mismo como de buen gestor.
Grandes han sido aquellos personajes que han desarrollado su labor gracias a la atenta escucha de los ciudadanos que tienen cosas que decir, ser receptor de todo lo común y dejarse de ambages en el discurso político, que siempre resulta ser un fraude por su demagogia y su falta de coherencia, llevan al gobernante de turno a plantearse la necesidad de oír a sus súbditos, que llevan la sapiencia de la experiencia, y la vivencia del día a día.
Para saber cómo gestionar en el ámbito político, primero habría que saber escuchar y buscar soluciones, labor que podría hacerse “entre todos”.
Quizás es una solución al orgullo y la prepotencia de algunos poderosos, buscar soluciones a pie de calle. Esto es, dejarse aconsejar por gente llana y humilde que vive en su jurisdicción y sufre los problemas y las situaciones.
Hoy que se está poniendo de moda la solidaridad, unirse para resolver conflictos, dialogando, entendiendo y buscando la mejor solución, puede ser una forma de actuar. Que triunfen las buenas ideas y no caiga todo en agua de borrajas, sino que sirva para el asesoramiento, viniendo directamente del “foco de infección”.
El poder no sólo es un cargo de representación, también ha de consistir en escuchar a la ciudadanía sabia y experta en percibir lo malo y lo bueno en su ámbito personal y social.
Que nadie silencie las voces de la calle, sino que sean canalizadas y transmitidas llegando a las altas instancias. Seamos partícipes en la dirección de nuestra propia vida.