IR AL MÁS ALLÁ

La tercera edad es un estado y una permanencia en la vida que normalmente se consolida en nuestros últimos años de existencia.
Vivir la jubilación, dejar de trabajar y tener horas ociosas tras haber estado acostumbrado a ir diariamente a cumplir con la jornada laboral supone un cambio de hábitos y costumbres. La llamada senectud nos lleva por el camino del exterminio… son pocos los años que nos separan del óbito o fallecimiento.

Llegamos normalmente, si nuestro final sobreviene por muerte natural, al final por puro deterioro, por el paso del tiempo. Es este un periodo en el que llegamos a conocer otra etapa de nuestra vida que manifiesta nuestro existir influenciado por otras circunstancias que resumiremos como “ir al más allá”.
Aunque existan centros especializados en ayudar a nuestros mayores, hogares de la tercera edad, cursos creados por la administración tanto autonómica como local (léase los ayuntamientos) y otros servicios como el Club de los 60 que facilita viajes y vacaciones, destinos de relax para que aprovechar su tiempo, el jubilado y la jubilada tienen que seguir un camino difícil, tortuoso e intrincado.
-¡A la vejez todo son viruelas!- y es que llega un momento en que los achaques nos superan, es entonces cuando los hijos, sobrinos y nietos buscan soluciones adaptadas a la realidad que se presentan cuanto menos arduas. Llegar a viejo supone representar el testimonio de alguien que ha vivido un determinado momento histórico pero ante todo llegar a viejo es alcanzar un estatus social que en ocasiones equivocamos. Son ellos, los mayores los que han de tener la voz cantante.
Lo más normal cuando uno ha perdido sus facultades mentales o presenta una problemática de movilidad física, es buscar soluciones importantes a problemas farragosos. De esta manera la familia opta por llevar a sus ancianos a las residencias o centros de día. Allí nuestros vejetes tienen otro tipo de experiencia, unos y otros con sus problemas de salud (como si esto fuera poco) se ven en soledad y la tristeza les embarga hasta el momento de visitas de sus familiares.
Mi abuela no tuvo que ir a ningún centro de este tipo. Murió en su casa y siempre estuvo bien hasta que le llegó el momento definitivo. Solía decir que: “la vejez es bien fea”. Imagino que a nadie le gusta verse cerca de su final y menos si no llega con los cinco sentidos bien puestos.
No sabemos porque no hemos llegado, pero es quizás la vejez síntoma de una vida bien vivida. Llegar a ancianos hace que cada persona goce en sus últimos años de vida de una respetable presencia que le dignifica y le hace portavoz de una sabiduría, basada en el conocimiento de soluciones de sutiles problemas que entiende a la perfección, con la cual puede aconsejar a sus contertulios si es que alguien quiere escucharles.
La voz de la experiencia: “que es la madre de la ciencia”, convierte en pequeño ilustre a cada uno de esos mayores, señores y señoras que alcanzan cierta edad y a los que nadie les va a quitar “lo bailao”.
Llegar a la postrimería de una vida plena debe ser muy duro. Encontramos consuelo en la religión y por eso nos acogemos a creer en Cristo y a sentirnos cristianos.
Tras una vida de duro trabajo, esfuerzos por hacer que todo a nuestro alrededor esté en condiciones favorables para el desarrollo de lo propuesto, y una existencia donde lo importante es el fin, pero donde los medios nos facilitan el ejercicio de la ética y la moral… nuestro consuelo es alcanzar un entendimiento sincero de hasta dónde hemos llegado. Lo que hayamos hecho hasta ese momento ya no será de otra forma, ya no tendrá otra solución. Aunque quizás sólo nos queda la esperanza y el “finiquito” existencial.
Hay personas cuyos últimos días están llenos de satisfacción a la vez que desconsuelo. Han tenido una vida ejemplar pero el final es triste. Son seres cuyos últimos tramos de este gran viaje hacia lo desconocido de la vida han dejado lagunas en su trasiego, por estos caminos de Dios. Tiene entonces la labor de enmendarse, cumplir con el deber del hombre y la mujer piadosos, hacer examen de conciencia y subsanar los errores. Hablo de situaciones que nadie cómo los que las han vivido pueden transmitirnos para que corrijamos una posible actuación negativa con nuestra capacidad de prevención, gracias al conocimiento de causa que un mayor declara fundamentando su razón en su propia experiencia.
La muerte es como un pozo sin hondón, un abismo, una eternidad, un llegar al más allá, algo desconocido que provoca sufrimiento y dolor. Es importante llegar con todo cumplido y así pasar este trance, alcanzar la gloria y preparar nuestra alma para la felicidad eternal.

Mª Teresa Mendoza Hernández

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