El primer domingo de Cuaresma, la Palabra Sagrada en su Evangelio nos lleva a enfrentar el problema de la maldad con intención de entender por qué en este tiempo de penitencia hemos de seguir los pasos de Cristo.
No es otro que el mismo diablo, quien en la Sagrada Escritura, tienta a Jesucristo durante la cuarentena de días que Este está orando en el desierto.
El mal en el mundo, el maligno, nos atormenta se mete en nuestro devenir existencial y nos provoca.
La cuestión es, si el hombre es malo por naturaleza o si la maldad es un subterfugio para impedir que la perfección alcance su cénit.
Podemos pecar de palabra, obra u omisión. El hecho es que la situación rodeada de sus circunstancias hace que la actuación del hombre pase de ser meramente simbólica a tremendamente maligna.
Cuando un hombre o una mujer alcanzan una actuación personal irregular, esto es, pecan bien sea por corrupción, por mala fe, por egoísmo, por falta de sacrificio, por abuso… hace que esa maldad transforme al ser humano que lleva dentro. Entonces el hombre (y la mujer) sufren en sus carnes la pesadilla del mal, han sido embaucados por una fuerza superior, quizás la llamamos Satán o Luzbel. Supongo que el hombre por naturaleza es bueno, ¿hasta dónde aquello bueno para el hombre puede ser malo para la sociedad?
Se comenta en algunos foros que la humanidad está perdiendo su moral y que hay una gran pérdida de principios que con el tiempo hacen al hombre débil, huraño, hostil ante los condicionantes éticos.
Nuestra generación que ha evolucionado desde la generación de nuestros padres ha ido perdiendo unos usos y costumbres que antes eran vitales y primordiales. Ahora según la Constitución el Estado es aconfesional. Es una forma de quitar poder al ámbito religioso pero también está perdiendo talante y son pocos los ciudadanos que van a escuchar la Misa Dominical o la Fiesta de Guardar. Nuestros padres (hoy abuelos) en su juventud no iban a hacer botellones ni perdían la cabeza enfrascados en cualquier fiesta de alto copete. Nuestros padres iban a Misa diaria, eso y un baile en el pueblo el día del patrón eran los alicientes festivos a los que concurrían. Hoy son contados con los dedos de la mano los feligreses jóvenes asiduos a la iglesia.
Será mucho decir que por ir a misa o dejar de ir se es mejor o peor persona, pero me parece importante el hecho de enmendar los malos actos, buscar el perdón, que en nuestra desidia por hacer el bien en ocasiones caemos en tentación. El pecado está entre nosotros (lo consideremos como tal o no), los medios de comunicación no dejan de bombardearnos con historias tremendas de corrupción, nos presentan la peor parte y menos humana de aquellos personajes que buscan el poder, por encima de todo, la violencia, los hurtos, la falta de honor… el hombre tiene una lucha consigo mismo en pos de hallar que la vida se le haga fácil de seguir, lo cual se logra si tenemos unas directrices de talante moral, éticas que nos van recordando y refrescando motivos (de carácter religioso) para enfrentar el mal y vivir en el camino recto del bien.
Nuestro demonio está idealizado, no es que sea un hombre o un ángel con cuernos y tridente, es que en la vida se nos presentan momentos tentadores que nos llevan por el camino de la perdición.
Mi abuela me solía decir: “de lo bueno se sacan cosas buenas”. Lo comentaba cuando íbamos a rezar. Hoy voy a Misa diariamente lo cual agradezco, no por ser una pecadora irredimible, sino porque las enseñanzas cristianas traen cosas buenas, una vez hemos aprendido a reflexionar se nos hace útil, agradable y productivo asistir a la Celebración Eucarística y poner a Dios sobre todas las cosas. No voy a entrar en certezas ni en examen de vicisitudes que hoy, ayer y mañana pueden significar algo bueno, pero sí quiero alzar la voz para recordar al prójimo que el camino, la verdad y la vida estén personificados en Nuestro Señor Jesucristo, personaje vital del Cristianismo, al cual nos acogemos por tradición pero que una vez has conocido su ley, su bondad, su sacrificio, no lo cambias por nada ni por nadie pues sólo a tu Dios adorarás y a El darás culto.
Dentro de la personalidad de un seguidor de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana aparece siempre la necesidad de superación como modo de alcanzar un estrado personal y vital siguiendo unas enseñanzas que tienen su razón de ser en la existencia humana, y es que esta religión que hoy profesamos tiene su origen más allá de la figura de Cristo. El hombre desde que es tal busca un más allá, no un sitio oscuro donde esconderse, sino un lugar Santo donde purgarse y salir vivificado en su encuentro con Dios.
Ahora en Cuaresma es vital, ayunar, orar y pedir perdón.