El otro día la Aspe organizó un bonito encuentro con intención de reunir a sus asociados y colegiados para intercambiar palabras en una mesa redonda donde tratamos este tema: la libertad de expresión que si no sólo muy interesante para un periodista sí acierta a ser al menos recurrente.
Hablar sobre la libertad de expresión abre una fisura, un escape para tratar con seriedad y como merece la cuestión y entender además la necesidad de la Libertad de Prensa.
Según los datos oficiales, España, que ha perdido un puesto en el año actual respecto a un ranking mundial, se posiciona en el lugar treinta y cinco (como país donde se refleja la libertad de expresión).
Nuestra mesa redonda, en su análisis, se inició detectando una falta de educación, cuestión que no cae en derroteros costumbristas, quiero decir, que la educación, pero no sólo la educación, también la civilización, la comunicación, el respeto, y la libertad han de ser los principios fundamentales de nuestra vida en sociedad. Algo que se ve reflejado en diversos estados europeos, que en ocasiones nos dan lecciones acerca de cómo ha de ser el comportamiento de los ciudadanos en pos de una verdadera sociedad del bienestar.
Algunos de los allí reunidos comentaban sus experiencias personales, cuestiones interesantes que ejemplifican una situación de abuso de poder a los periodistas de a pie (quienes lo entienden como un palo en su tarea) frente a los poderes fácticos de una presa que en el día a día, en ocasiones provoca una sensación de desventaja frente a los denominados: “peces gordos”. Los directivos que en ocasiones no podemos nombrar pero que tienen poder para decidir qué será y qué no será noticia, normalmente identifican una forma de gestionar su empresa de comunicación sirviendo de tamiz o cedazo con qué cribar aquello que se entiende como la agenda pública, buscando a quién llevan al paredón en ese día a día, esto es son quienes deciden que es lo que se puede o no mantener en tela de juicio, que es lo que corre y se desarrolla como materia noticiable.
Lo importante es hacer un trabajo donde la verdad y la realidad son las claves de un derecho que incluye a los ciudadanos su capacidad de recibir información veraz por cualquier medio de comunicación.
Este ha de estar contrastado como poco, pero ya añadiría además entendida, analizada, valorada y transmitida de forma políticamente correcta.
Entre los tertulianos se defendían las posibles argucias o medios personales para evitar la deslavazada de entre todo lo que se muestra públicamente, haciendo un resumen y captando los diferentes puntos de vista para crear por ejemplo: una crónica analizando los entresijos con una visión global de la realidad, sirviendo de cauce principal, para canalizar la información de forma elaborada desde sus fuentes hasta su público potencial.
La libertad de expresión es una realidad. Su defensa, el arma blanca de los periodistas sobre la que se fundamenta y se basa toda la labor de servidor mediador, correveidile, free-lance, dígase: un Robín Hood, alguien que puede abanderar en su quehacer diario la defensa de las causa más justas, cada uno, cada periodista desde su lugar o estatus social, a pequeña o gran escala puede, con su coherencia, y su capacidad de transmisión cumplir con el deber de mantener informada y actualizada la realidad social en el ámbito al que alcance sin sobrepasar esta labor por encima de sus posibilidades.
La cuestión pecuniaria es un adalid peligroso, si no se controla. La riqueza hasta su “justa mesura”, el trabajo nos da la vida, no pasar necesidades es vital. Soy de la opinión de que no debería faltar a nadie. ¿Y la corrupción? El problema actual no es sólo la incertidumbre de no tener gobierno sino también la distribución de los medios económicos.
En una visión optimista el periodista cuya formación es ya una realidad universitaria, ha de ser educado y gozar de la capacidad técnica y el desarrollo personal de su rol en el ámbito más social, en la esfera pública. Por otro lado hoy hay libertad, estamos en democracia, y los ciudadanos merecen por parte la clase política un respeto y una representación (su trabajo), no una pugna estúpida y una ambición por el poder que no les deja ver la situación real sino sufrir de una miopía que hace incapacidad el diálogo y el consenso, consenso que se necesita cuando hay diversidad de puntos de vista. En esta realidad el periodista tiene su tarea de prestar atención para criticar con objetividad todo esto que acerca a ver.